martes, 10 de abril de 2012

TÁNTALO

Tántalo, hijo de Zeus, reinaba en Sipilo, Lidia, y era extraordinariamente  rico y famoso. Si jamás los dioses olímpicos había honrado a un mortal, este era él. En consideración a su elevada alcurnia le distinguieron con su íntima amistad y, finalmente le permitieron comer en la mesa de Zeus y escuchar de lo que hablaban los inmortales. Pero su espíritu humano, lleno de vanidad, no supo mantener a la altura de aquella felicidad sobrehumana y comenzó a faltar a los dioses de muy diversas maneras. Revelaba a los mortales los secretos de los olimpicos; robaba de su mesa néctar y ambrosía y repartía el producto de su latrocinio con sus compañeros terrenales; escondió el precios perro de oro que otro sustrajera del templo de Zeus, de Creta, y al reclamarlo el dios, negó bajo juramento haberlo recibido. En el colmo ya de la insolencia, invitó a los dioses a un banquete, y,  para poner a prueba su completo conocimiento de todas las cosas, mandó sacrificar a su propio hijo Pélope y aderezarlo y servirlo a la mesa.Solo Deméter, sumidas en dolorosas cavilaciones por el rapto de su hija Perséfone, comió una paletilla de horrible manjar, mientras que los demás dioses, dandose cuenta de la atrocidad, echaron en un caldero los miembros descuartizados del muchacho, y la parca Cloto le dió nueva vida con renovada belleza. El omoplato consumido se reemplazó por uno de marfil.
Tántalo había colmado  la medida de su maldad y los dioses lo arrojaron al Hades, fue sometido a terribles tormentos. Estaba en un estanque cuya agua le llegaba hasta la barbilla y sufrí una sed devoradora, sin poder alcanzar el líquido que tan cerca tenía. En cuanto se agachaba para llevar la boca hasta el agua, esta se secaba y el oscuro suelo aparecía a sus pies, como si un demonio hubiese vaciado el lago.Padecía ademas  de un hambre cruelista. Detrás de él, en la orilla del estanque, se elevaban magnificos frutales, cuyas ramas se curvaban sobres su cabeza. Se reflejaban en sus pupilas jugosas peras, manzanas de roma piel, relucientes granadas, apetitosos higos y verdes olivas; pero no bien trataba de cogerlas con la mano, soplaba un viento tempestuoso y repentino que levantaba las ramas asta las nubes. A este suplicio infernal se unía un constante terror a la muerte, puesto que había una roca enorme suspendida en el aire sobre su cabeza y que amenazaba desplomarse a cada momento. Así aquel ofensor de los dioses, el desalmado Tántalo, se vió condenado a sufrir un triple y eterno martirio en el inframundo.

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